El magno tapiz del Corpus Christi de 1999 sorprendió al innovar con un diseño abstracto que se «salió» de los cánones establecidos
Se atrevió. En 1999, la alfombra que embellece la adoquinada plaza de La Orotava cada Corpus Christi quiso demostrar que el arte efímero iba a seguir evolucionando. Por primera vez, el magno tapiz incluyó una obra abstracta, una representación de Dios con líneas y formas geométricas que no dejó indiferente a nadie. Nadie lo había hecho antes. Nadie había apostado tanto por el futuro recreando el pasado.
La obra de arena de 1999 tomaría el relevo a las dos alfombras de años anteriores (1998 y 1997) dando continuidad a la idea de confeccionar un solo tapiz. Esta innovación -que se realizó por primera vez en 1997- debió parecerle poco a nuestro director, Domingo Jorge González, que quiso ir más allá. Y es que ese año, los artistas de la Villa dieron vida a un conjunto de siete tapices que recreaban los siete días de la creación. Uno de ellos, el séptimo, muy diferente a lo que se había hecho hasta entonces.
La creación
Dos enormes manos en la parte superior del tapiz ya dejaban claro cuál era el tema de ese año. Más abajo, y representando las teclas de un piano, 14 piezas volumétricas soportaban a los siete tapices inferiores. Como si fuera la obra maestra del gran compositor llamado Dios, los tapices se iban alternando de derecha a izquierda: El día y la noche; el cielo y el mar; las plantas; el sol y la luna; los animales; y finalmente, en el centro, el ser humano.
La innovación
Dentro del tapiz había cabida para obras de pintores como Miguel Ángel, Leonardo, Mucha y Lassen. Todas ellas, hechas con la tierra del volcán más importante del país, y junto a una que rompió los esquemas preestablecidos. Una obra original, de diseño personal, que proponía una realidad distinta a través de un lenguaje propio e independiente de formas. Era el día del «descanso» y una geometrización formaba a Dios sentando con un libro en la mano. Era el mejor ejemplo de que lo moderno y lo clásico si pueden ir de la mano.
En 1999 también se jugó con las perspectivas para «hacer volar» por primera vez una alfombra, se confeccionaron transparencias en un tapiz, y se dio profundidad a unas simples letras. 1999 fue, sin duda, el año en que el progreso de una tradición se hizo patente.