Felipe Machado y Benítez de Lugo es el alfombrista más destacado de la Villa y una de las personalidades orotavenses más importantes del siglo XIX y XX
Pintor, político, amante de la música, aristócrata y hasta economista. De las mil y una habilidades del orotavense Felipe Machado y Benítez de Lugo hay una que le ha valido para llevar el nombre de la Orotava por el mundo. Su singular facilidad para las bellas artes y su enorme carisma lo han convertido en uno de los alfombristas más importantes de toda la historia, arte que, aunque comenzó de la mano de la familia Monteverde, tuvo en Machado a su gran impulsor. Él es el exportador, el motor y la cara más emblemática del talento villero, no solo por sus originales y coloridos medallones, si no, sobre todo, por su pionera idea de alfombrar para el Santísimo la plaza del Ayuntamiento de la Orotava, y por convertir así al municipio en la capital del arte efímero.
Machado nació el 5 de mayo 1836 al abrigo de una de las familias más importantes de la Villa y prácticamente de toda la Isla –pertenecían a los primeros pobladores españoles de Tenerife-. Su hogar era, por tanto, una casa de nobles, eruditos y mercaderes. Por eso no es de extrañar que en la sangre del alfombrista corriera el amor por el arte, habilidad que demostró como pintor, de la mano de su gran amigo el pintor palmero Manuel González Méndez, y como músico, al frente de La Filarmónica de Los Realejos. En el bando de la política, Machado destacó por ser elegido como el primer vicepresidente del Cabildo insular de Tenerife, lugar desde el que defendió la capitalidad tinerfeña en Canarias durante los años más sangrientos del pleito insular.
Además de sangre noble, por las venas del popular villero también se encontraba su pasión por las obras de pétalos y flores. Así, desde muy joven, Machado empezó a formar parte del mundo de las alfombras siendo el responsable de confeccionar la de su familia, la Casa Machado, delante de su propia vivienda. Gracias a su imaginación, buen hacer y enorme calidad, los trabajos del aún adolescente comenzaron a rivalizar con los de la mismísima familia Monteverde, los primeros precursores de estas confecciones perecederas. Eso sí, las obras de ambas familias no tenían nada que ver. Mientras que las de los Monteverde eran tapices fieles a escenas bíblicas, las de Machado conformaban complejos medallones decorativos en los cuales destacaba tanto su colorido como la gran variedad de flores y semillas empleadas.
Siempre trazaba los bocetos con tiza, cambiaba de opinión de un minuto a otro, y se regía por sus impulsos. Machado era de esos artistas que un día plasmaba una idea en un papel y al otro realizaba una obra totalmente distinta, algo que se podía permitir gracias a su privilegiado talento. El resultado eran alfombras circulares mucho mayores de las que se confeccionaban hasta entonces, en las que tenían cabida los dátiles, eucaliptos, piñas o conchas del mar, donde no había apenas simbología religiosa, y en las que siempre destacaba su signo especial. Una firma del autor o seña estilística que le hacía distinguirse del resto del arte efímero que se practicaba en la Isla e, incluso, en el resto del planeta.
Aunque el destacado villero ya había adquirido un enorme bagaje como alfombrista, su gran aportación, aquella que engrandeció a este talento orotavense, fue la iniciativa de alfombrar la monumental plaza del Ayuntamiento. Era 1919 y acaba de nacer una tradición que no sólo aún perdura en el tiempo sino que es motivo de orgullo para todos los vecinos. Sus 83 años no fueron impedimento para coger por sorpresa a todo un pueblo y realizar uno de sus artísticos medallones en el corazón de la ciudad. Ese día también, el Santísimo pisaba por primera vez una alfombra de flores en medio de la plaza. Y ese día, como ningún otro, la Villa vivió uno de los momentos más inolvidables de su historia.
Un regalo para todos
Los años venideros no fueron más que una demostración de que al talento de Machado aún le quedaban muchos años de vida. Fiel a su carácter innovador, y siempre mostrando una clara evolución en sus trabajos, las alfombras de los siguientes Corpus Christi se convirtieron en un regalo para visitantes y villeros. Así, solo un año más tarde, el alfombrista confeccionó un tríptico de enormes dimensiones que, por primera vez, intentó ocupar los 900 metros cuadrados de la plaza. Algo más tarde, en 1928, uno de sus trabajos tuvo en los Reyes de Bélgica a sus mayores admiradores, mientras que en 1929 la propia National Geographic se desplazó hasta la Isla para realizar un reportaje de sus alfombras-siendo éste su último trabajo-.
La repercusión internacional que Machado le dio a las alfombras de La Orotava –con una invitación al enlace matrimonial del rey Alfonso XIII incluido- ha permitido que su legado sobreviva en las calles adoquinadas de la Villa. Murió en 1930 a los 93 años de edad, curiosamente, en la misma calle que le vio nacer. Como no podía ser de otra forma, desde entonces, en cada alfombra villera hay algo de homenaje para él, un presente a su memoria que nunca tendrá fin.
Colabora: Historiador José Manuel Rodríguez Maza