Ezequiel de León Domínguez, el undécimo director del gran tapiz, nació con el talento en la sangre y se convirtió en uno de los artistas villeros más importantes
Nació con la manos de Dios. Tanto por el talento que había en ellas, como por las creaciones que le dedicó. Desde su infancia modelaba, utilizando masa de pan o cera de abejas. Cualquier cosa le valía. Así fue como el arte de Ezequiel de León Domínguez fue evolucionando hasta llegar a las alfombras. A ellas les regaló medio cuarto de siglo de amor y trabajo.
Con solo 14 años recibió su primer premio. Fue escultor, pintor, restaurador, muralista, y por supuesto, alfombrista. El que se convirtiera en el undécimo director del gran tapiz de La Orotava se alzó pronto como uno de los artistas villeros más reconocidos, tanto a nivel nacional como internacional, y su producción brilló en países como Cuba, Venezuela, Argentina, Estados Unidos, o incluso en el Vaticano, con una réplica de la virgen de Guadalupe, patrona de La Gomera.
Con las alfombras comenzó arrimando el hombro, de forma familiar, como la mayoría. La fachada de la casa de los Pérez Betancourt fue su escenario durante muchos años. Allí, De León empezó a hacer magia con los pétalos de flores año tras año, hasta que mediados de los 40 dio el salto hasta la confección de la obra de arena más grande del mundo, la de la plaza de la Villa, de la mano de Pedro Hernández Méndez.
Era el primero de 17 hermanos pero no le gustaba el protagonismo. Sencillo, humilde, modesto. Alumno de José María Perdigón en la Academia Municipal de Dibujo, De León colaboró en la confección del gran tapiz de la plaza en 1947, año del centenario, y en el que los estandartes se hicieron «con millones de piedras de obsidianas».
Pero su gran momento llegó en 1989, cuando a propuesta del Ayuntamiento fue designado como director de la monumental alfombra del corazón de La Orotava. En esa labor estuvo como máximo responsable tres años, tres Corpus Christi en los que desplegó su maestría como alfombrista, dejando una huella imborrable.
Se le consideraba uno de los últimos artistas de la vieja escuela. También se habla de él como uno de los más destacados alfombristas de La Orotava de la segunda mitad del siglo XX. Pero sobre todo, se le recuerda por hacer lo grande de manera sencilla. Un talento que no muchos tienen.
Colabora: Historiador José Manuel Rodríguez Maza