El célebre arquitecto Tomás Machado, nieto del alfombrista Felipe Machado, pasó a la historia por cumplir la proeza de ocupar toda la plaza del Ayuntamiento villero con su magno tapiz
Hacía fieles retratos hasta en las servilletas. El don del villero Tomás Machado y Méndez Fernandez de Lugo con los dibujos y la pintura lo convirtió en uno de los arquitectos más importantes del Archipiélago. Como buen nieto del impulsor de hacer arte con brezos, flores y arena –Felipe Machado y Benítez de Lugo-, el joven Tomás también hizo historia en las alfombras de la Villa. Su proeza no fue otra que la de osarse a que el magno tapiz confeccionado para el Corpus Christi se expandiera por toda la plaza del Ayuntamiento. Un diseño además, en el que se introduce por primera vez la perspectiva para dotar de más realismo a la obra. Seguramente lo había ideado en una servilleta…
Tomás Machado nació en 1908 en el seno de una de las familias más ilustes de la ciudad. Hijo de Lorenzo Machado y Benítez de Lugo y Beatriz Méndez Fernández de Lugo y Ascanio, fue el pequeño de sus nueve hermanos con los que creció en la popular Casa Fonseca, hoy conocida como Casa de Los Balcones. Aunque la inquietud por la cultura, el arte y la literatura iban intactas en su herencia, fue un dibujo realizado mientras cursaba Bachilleto el que dictaminó su carrera. Estaba hecho en carboncillo, obtuvo la mejor nota, y le sirvió para escribir los primeros trazos de su historia. Machado sería arquitecto.
Sus años como estudiante le llevaron hasta las capitales del conocimiento, Madrid y Barcelona, aunque no comenzó a a ejercer profesionalmente hasta asentarse en su tierra, en 1937. Su intervención activa en algunas de las mejores obras levantadas en las Islas durante la época franquista, le valieron el prestigio y la admiración en su casa, donde varios municipios le otorgaron la mención de Arquitecto Honorífico. Una estima que no haría más que engrandecerse tras su paso por la dirección de las alfombras villeras…
Más esplendor
Aunque ya se había puesto al frente del magno tapiz en 1941, 1943 y 1944, fue en 1947, y con motivo del centenario del nacimiento de las alfombras de La Villa, cuando Machado hizo su particular regalo a la tradición efímera del pueblo. El arquitecto propuso ese año pasar a la historia con unas innovaciones técnicas que no se habían hecho hasta entonces: expandir el magno tapiz a lo largo de toda la plaza, e introducir la perspectiva para dotar a la obra de más realismo. Lo hizo usando los colaterales del recinto y creando figuras que, como por arte de magia, parecían crecer a medida que el espectador se alejaba.
Machado dio así, más esplendor a la gran alfombra del Consistorio orotavense y consiguió asentar una costumbre que se seguiría repitiendo año tras año. Desde entonces, la arena del volcán más importante del país ocupa los casi 900 metros de la plaza. Desde entonces, también, los artistas del tapiz de tierra más grande del mundo se afanan por perfeccionar e inventar nuevas formas que logren deslumbrar al mundo entero. Igual que lo hizo él.