Los indios navajos y los monjes tibetanos también realizan espectaculares obras de tierra como parte de sus ceremonias ancestrales

Les separan miles de kilómetros pero les une una forma de hacer de magia. La de dar vida a verdaderas obras de arte con dos simples «baritas»: las manos y la arena. Los indios navajos, la nación indígena estadounidense más numerosa, y los monjes del lejano Tibet, comparten con los alfombristas villeros el talento y la pasión por las confecciones de arena. Para unos, es un ritual que cura enfermedades, para otros, una herramienta para traer paz y armonía. Pero para todos, es un lazo en común que acerca fronteras y engrandece tradiciones.

Tan mágico es el arte con la arena para los navajos, que allí, en el sudoeste de Estados Unidos, llevan siglos usando la tierra para curar. Los médicos o chamanes bailan, invocan a sus divinidades, y realizan maravillosas y complejas pinturas de arena a modo de mandalas sobre el suelo. Estas manifestaciones son, al igual que la de la adoquinada plaza de La Orotava, totalmente efímeras y suelen destruirse tras la ceremonia de curación.

Representación de las pinturas de arena de los navajos en el Congreso celebrado en La Orotava en 2006.

El pueblo navajo relata en sus pinturas antiquísimas historias que relacionan el origen del ser humano con la transición de varios mundos descritos con diferentes colores. Así, el artista hace figuras que cuentan una historia espiritual a través de la arena coloreada que deja caer suavemente entre sus dedos. Este proceso es su forma de hacer belleza y a la vez, sanar.

Figuras de arena de los indios navajos.

Mientras, en el Tibet, los monjes también confeccionan mandalas de arena a petición de la comunidad, pero esta vez con la intención de pacificar desastres naturales, traer paz y armonía, o celebrar una bendición. Para ellos, los colores son fundamentales ya que simbolizan una de las cuatro actividades iluminadas -el color base de la arena que utilizan identifica la actividad en particular-.

Mandala realizado por los monjes tibetanos en la Villa.

Aunque separados por océanos y continentes, los monjes, al igual que los navajos, hacen de su arte con la arena toda una ceremonia. Una danza denominada «sombreros negros» abre el ritual. Es entonces cuando los artistas comienzan a trazar con gris las líneas que le servirán como guía para colocar la arena. Un proceso que realizan desde el centro hasta la orilla, hasta culminar con su mágico resultado final.

Congreso

Ambas naciones, entre las que puede existir una posible conexión que explique el uso de mandalas de arena por culturas tan dispares, forman junto a la villera, las únicas representaciones del mundo de confecciones de arte con la tierra que se conozcan. Por eso, fueron invitados al I Congreso del Arte Efímero de las Alfombras de Flores y Tierras celebrado en La Orotava en 2006. Aunque los navajos finalmente no pudieron venir -si hubo una representación de sus pinturas de arena realizada por los alfombristas villeros- los tibetanos demostraron su talento en vivo. Y es que ese año, La Villa se convirtió en el epicentro del arte, en ese lazo que unió la magia que se hace con la arena por todo el mundo.

Obra de arena confeccionada por los tibetanos.